Es nuestro vigésimo aniversario al frente del Restaurante Bar Flor, al que, para alcorzar, todos llamamos “el Flor”. Pero como bien reza el tango de Carlos Gardel, “veinte años no es nada”, ya que estas paredes albergan una larga e interesante historia digna de recordar y honorar.
Estos párrafos-homenaje han podido escribirse gracias a la inestimable colaboración del Archivo Histórico Provincial de Huesca, DARA (Archivos y Documentos de Aragón), la Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca y la Hemeroteca digital del Diario del Altoaragón.
Ya en 1887 se anunciaba en el mismo Diario de Huesca que el entonces Café de Bardají daba paso al elegante Doré, sito en los entonces Porches Vega Armijo, hoy Porches de Galicia. El Doré amenizaba las veladas de los paisanos con conciertos del violinista Dámaso Ger Turrau y con animadas tertulias. Los «locos años veinte» también lo fueron para la capital oscense, y el Doré entretenía a la población con sus camareras, cupletistas y bailarinas, y contando entre su clientela habitual con el ilustre López Allué, cuyas historias de tarambana y calavera describía en sus Coplas y más Coplas. A finales de 1927, el Doré pasaba a ser el Bar Flor a manos del industrial oscense Leandro Lorenz, quien lo dirigió hasta 1964 y sin saberlo, lo bautizó hasta la actualidad.
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Su inauguración oficial se celebraba unos años más tarde bajo los mejores auspicios, y así fue anunciada en el Diario de Huesca el 6 de noviembre de 1930.
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Durante los treinta y tres años en los que Leandro Lorenz y su señora, Florencia Elfau, regentaron el Bar Flor, este fue punto de encuentro de funcionarios y lugar de reunión de señoras de alto copete que acudían a sus anuncios de “Gran thé de moda”, “Gran cena a la americana” o “Gran baile”, entre otros pomposos eventos. Desde mediados de la década de los cincuenta se convirtió en el domicilio social de la Unión Deportiva Huesca y lugar de encuentro habitual de los aficionados al fútbol, al baloncesto y al ajedrez, en el que el Club de Ajedrez Jaque celebraba las partidas de su “Trofeo Sada”.
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Su céntrica ubicación lo convertía en testigo de la propia historia de Huesca: las trincheras de la Guerra Civil, los entierros que ésta provocó, las fiestas de Gigantes y Cabezudos, la celebración del «gordo», que en 1929 repartía entre los oscenses 750.000 pesetas, los «San Lorenzos» entre otros acontecimientos. Las Glosas de unas fiestas memorables que José A. Llanas Almudébar escribía en 1973 nos dejan entrever hasta qué punto el Bar Flor fue un punto de encuentro «de postín»: Durante años fue para muchos oscenses suceso ordinario estrenar alpargatas para las Fiestas de San Lorenzo. Años en los que Huesca era un pueblo grande en el que todo el mundo se conocía y en el que por desgracia un clasismo muy marcado separaba unos de otros. Aún hemos oído y no hace muchos años: «A ese de qué le viene sentarse en el Flor» o «Dónde se ha visto que Fulano vaya tan campante a la sesión de moda del Olimpia». El Bar Flor, la sesión de moda del Olimpia y hasta si me apuran el ir a Misa Se una, eran tabús para muchos oscenses hasta que poco a poco han caído ya los prejuicios y cada uno hace lo que le viene en gana sin preocuparse de lo que piensen los demás, lo que indudablemente supone un avance muy necesario en la mentalidad de las gentes.
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Tras el triste fallecimiento de su primer dueño, Leandro Lorenz, su viuda decidió traspasar el ya mítico Bar Flor, como así anunciaba el diario Nueva España el 5 de julio de 1964: Nueva España, hace unos meses, se aventuró a pronosticar que uno de los establecimientos de Hostelería de más significado y tradición oscenses, cambiaría de propietario. Hoy podemos dar oficialmente la noticia, añadiendo: Se han cumplido los deseos del industrial don Pascual Sarvisé, quien desde mañana, lunes, se pone al frente del Restaurante Bar Flor, conquistando una meta hace años anhelada, y que, para él —son sus palabras— supone haber conseguido el doctorado en su profesión. La noticia merece comentario amplio. El Restaurante Bar Flor, que tiene una proyección, amplísima, cuyo nombre y categoría ha rebasado nuestras fronteras, siendo consustancial a la vida misma de Huesca, inicia desde ahora una nueva etapa en su ya larga historia social. Afortunadamente, quien pasa a regir sus destinos, ha espetado siempre el nombre del Flor, o ha distinguido en sus comentarios, repetimos, ha suspirado siempre estar al frente de este establecimiento porque tiene ganado un prestigio, con la promesa de mantenerlo y, si cabe, auparlo. Por estas y otras razones afectivas y profesionales, el señor Sarvisé, actual propietario del Bar Puerto Rico, al que seguirá dando calor y vida, por ser el primer fruto de sus desvelos, vive en estos momentos unas horas plenas de inquietud y de satisfacción, no tanto por lo que supone, y así es, un ascenso en su profesión cara al público, la su servicio, cuanto por poder ser continuador de una obra, el Bar Flor, unido entrañablemente a Huesca.
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El nuevo gerente, otro ilustre industrial oscense, Pascual Sarvisé Laiglesia, cumplió su deseo de mantener y aumentar el prestigio del Bar Flor, lo que le valió la concesión a la medalla al mérito turístico en 1974, al mismo tiempo que siguió al frente del Bar Puerto Rico. No era para menos habiendo sido testigo desde “el otro lado” de los Porches de Galicia de la importancia del Bar Flor en la vida social oscense.
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En octubre de 1977 se hacía pública la resolución del contrato con el Bar Flor ante la inminencia del derribo del inmueble para levantar sobre su solar el nuevo Palacio Provincial.
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Dijo así adiós, Pascual Sarvisé, a una ilusión que duró trece años, y gracias a la cual, el Bar Flor siguió siendo protagonista de los más curiosos eventos y celebraciones de la capital oscense: el primer desfile de modelos de lencería y corsetería con fines recaudatorios para el Cáncer en 1971, el pesaje público del boxeador Dum-Dum Pacheco en 1975 y la participación en el XXV Aniversario de la Fundación de la Cooperativa de Hostelería, con el barmen oscense y los cócteles como protagonistas, en el que anunciaban una verdad que hoy sigue siéndolo: «un buen barmen debe ser, con relación al diente, confidente, amigo, diligente y sicólogo».
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Las obras del nuevo Palacio de la Diputación no podían sino descubrir debajo del sótano parte de nuestra herencia romana. Se halllaron unos muros en `opus quadratum’, que posiblemente correspondiesen a una villa suburbana (extramuros de la ciudad).
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Durante el tiempo que el Bar Flor permaneció cerrado al público, muchos fueron los interesados en su reapertura. Entre ellos, la Escuela de Hostelería del Alto Aragón propuso que el Bar Flor se convirtiera en su nueva sede de prácticas, todo ello sin ánimo de lucro.
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Hubo que esperar diez años hasta que en 1987 el industrial hostelero, Agustín Arazo Puértolas, reabriera el Bar Flor durante un breve periodo de tiempo.
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En 1990 el Bar Flor volvía a cerrar sus puertas, esta vez durante tan solo tres años, tiempo en el cual la Escuela de Hostelería volvió a mostrar su interés en convertirlo en su sede de prácticas.
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En las fiestas de San Lorenzo de 1993 escribimos la primera línea de nuestra historia en el Bar Flor con más respeto que expectación. Y aunque parezca que ha llovido mucho desde el menú de mercado a 1.500 pesetas, cocinado por nuestro gran compañero y socio Carmelo Bosque, las canas y las arrugas no han mermado ni un ápice la ilusión que nos provoca que sigan sentándose a nuestra mesa. Grandes se fueron y muchos más grandes vendrán, pero «el Flor» siempre será «el Flor».
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